miércoles, 19 de octubre de 2011

Un momento único



Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo solo 


Recordaba ayer esta idea de Flaubert y pensaba que ya no es un momento único, que quizás, el hombre definitivamente esté solo. No es que hable del Dios cristiano y de la falta de fe. No es la interpretación vulgar del Dios ha muerto de Niesztche, o la anterior de un joven Hegel o simplemente de los primitivos germanos que creían que todos los dioses tienen que morir. Ni siquiera es el materialismo histórico de Marx y su opio para el pueblo referido a la religión. Es algo más. Es la falta de trascendencia. 


En la idea de Flaubert, apreciamos un valor excepcional del hombre. Ensalza el momento único, luego se repitió, de Cicerón a Marco Aurelio en el que el hombre se guió a si mismo, se ordenó y se gobernó con valores estrictamente humanos, sin ingerencia de Dios y de dioses, de providencias y dádivas, de vidas eternas, olimpos y paraísos eternos. En realidad, Flaubert describe un hecho, no lo valora, pero no podemos dejar de apreciar cierto brillo, cierta admiración, cierta fe en el hombre y es reconfortante ver como habla con satisfacción de lo que el hombre puede hacer por si solo. 






Pero me pregunto si no habremos llegado justo al punto contrario, si no habremos despojado de cualquier idea de trascendencia al hombre y sus ideas. No me refiero a fe, ni a promesas de vidas eternas, a Dios y dioses paternalistas y providentes sino a encarnar tanto este mundo, que ya no haya sitio para lo que no es carne, que no hay sitio para lo trascendente, para lo superior, para lo ideal. Me pregunto si a base de humanizar, lo que otros llamarían deshumanizar, no hemos reducido demasiado la aspiración, la trascendencia, la consciencia de un deber por encima de la propia y limitada existencia. Es como si con el tiempo, el hombre que era llamado a trascender se hubiese ido limitado a vivir, cuando no a sobrevivir. Hubo un tiempo en que la vida era tan corta que el ser humano necesitaba pensar en otra eterna. Hubo un tiempo en que la vida era tan dura que necesitaba creer en otra ausente de sufrimiento. Ahora que la vida es larga, ahora que el sufrimiento no es la tónica habitual, nos hemos olvidado de lo ideal, de la trascencencia. 



No me refiero a vidas después de la vida, ni a recompensas, ni a aquello que movió a otras generaciones antes que la nuestra pero si a la necesidad de explicarnos, a la necesidad de entendernos y trascender. No digo que necesitemos un Dios por encima de nosotros pero me pregunto si no necesitamos esas aspiraciones, esas preocupaciones por todo aquello que nos supera, que va más allá de nosotros y nuestra limitada existencia. Puede que sólo estemos sumando una existencia a otra posterior y a una anterior pero que no estemos sobreponiendo una a la otra y una antes para que formen un todo que nos dirija a algún sitio. Antes era Dios, incluso un tiempo, el que nos cuenta Flaubert, o el que luego recogieron los ilustrados, que fue el hombre, pero ahora no se donde vamos, ni siquiera donde podemos ir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario